lunes, 28 de febrero de 2011

Al Fondo de la Librería

La pasada semana, al querer estacionar el coche que conducía, me topé con una pequeña librería,  considerando que hoy en día la mayoría de las tiendas que llevan este nombre comercializan solamente material escolar (omitiendo a aquellas librerias que aún se mantienen como establecimiento comercial de libros, tal como debiera ser) Pues ésta contaba con una fotocopiadora que ocupaba gran parte de su espacio, estantes con lo poco que restaba de utencilios escolares (cuadernos, lápices, hojas, etc.) y en un rincón dentro un pequeño mostrador se notaba unos libros amarillentos, empolvados y sobretodo antiguos.

No dudé en acercarme y observar lo que había distinguido, lo hice y vaya que si era cierto, pues eran libros y nada menos que “buenos” libros: ¡Oscar Wilde! ¡Jean Paul Sartre! ¡José Ingenieros! ¡Federico García Lorca! ¡Originales! ¡Ediciones antiguas! ¡Y otros más en el estante que estaba oculto al fondo de la librería! (Algo no habitual)

Pregunté los precios y estos no eran muy altos, montos razonables por la calidad que se comercializaba; el señor que atendía dicha tienda (un anciano) mencionaba que era la sobra de lo que no pudo vender allá por los años setenta y ochenta del pasado siglo, y mucho menos ahora que la gente ya no lee como en aquellos tiempos, resaltando que estos eran libros importados desde Argentina, Chile y España.

El señor, muy amable me permitió observar cada uno de los libros que estaban en aquel estante al fondo de la librería; encontré a Mistral, Neruda, Rómulo Gallegos, Cervantes, Defoe, Chateaubriand y a Ricardo Jaimes Freyre entre otros y los cuales no recuerdo, pero era impresionante la “gama” de autores que se hallaba.

Lamentablemente en ese momento mi bolsillo carecía de efectivo, unos cuantos pesos me sirvieron para adquirir nada más que dos títulos, y muy apenado me tuve que ir.

Reuniendo todos los ahorros habidos y por haber, volví y liquidé toda mi riqueza, seleccioné lo que más me interesó y prometí volver en cuanto mis bolsillos estén listos para mercar lo que aún quedaba, sin olvidar que cada que esté circulando por las calles, no dudaré en observar detenidamente el "fondo"de cada librería.

viernes, 18 de febrero de 2011

El Alto con Altitud

El Alto, ciudad protagonista de los últimos años, no solo a nivel político y económico, sino también en el campo artístico y sobre todo en las artes escénicas que alberga al cine y al teatro, sin olvidar que en aquella ciudad se impulsó una de los proyectos literarios que hoy por hoy es una opción alterna a las editoriales burguesas y promueve a los noveles escritores que constantemente van impresionando con su trabajo; pues me refiero a la Editorial Yerba Mala Cartonera.

Entre más de un millón de habitantes y a una altura de cuatro mil metros, si de artes escénicas se refiere, se da a luz a valores prometedores y de revelación, en los cuales prepondera una admirable humildad y sencillez a la hora de percibir la gloria del meritorio trabajo que desarrollan cuando se lo proponen; tal el caso de Juan Carlos Aduviri nominado como “actor revelación” en los Premios Goya de España, también encontramos a Freddy Chipana y cómo olvidar a Aldo Velásquez uno de los precursores del teatro en esa ciudad.

Recuerdo en una de mis esporádicas andanzas por La Paz, me topé con un “Encuentro de Artes Payasas”, un espacio donde participaban grupos de teatro de diferentes países y obviamente de Bolivia, pero lo más interesante y plausible entre todos ellos, era el espectáculo que presentaban los actores y actrices de la ciudad de El Alto, pues la emoción del público lo determinaba.
No cabe duda, que las artes escénicas se consolidan en espacios que poco a poco se van desarrollando con pasión y entrega de sus participantes y obviamente con calidad, sin olvidar que llevan con “altitud” el nombre de su ciudad, El Alto.

sábado, 12 de febrero de 2011

Crónicas de una Acera


Cuando se camina por la aceras de la ciudad, te encuentras con una serie de artículos para comprar o en todo caso para consumir, te tropiezas con ropa, juguetes, zapatos, peluches, películas y músicas pirateadas, golosinas, libros de auto ayuda, etc. Es decir que hay de todo y para todos los gustos y generalmente siempre te llevas algo, aunque en el peor de los casos sólo tengas unas monedas en el bolsillo.
Pero cuando transitas por las aceras de la oficina de correos (Av. Ayacucho esq. Av. Heroínas) no sólo te encuentras con libros de autoayuda – refiriéndose a los gustosos de la lectura – al contrario hay un sinfín de bibliografía usada y barata, lo que me recuerda el libro “Las Literaturas de Kiosko” de Francisco Alemán Sainz, donde menciona que los kioskos tienen su pequeña elocuencia de las cosas, “todo es pasajero, en ocasiones lleva en su resaca el ejemplar buscado sin hallarlo hasta ese singular tropiezo”1
Bien lo dice Alemán Sainz, allí se encuentra el ejemplar buscado, pero también allí suelen rondar los coleccionistas para comprar el título perdido, por allí los hijos de los coleccionistas fallecidos suelen vender los ejemplares perdidos, espacio donde se sientan los comerciantes peritos en años de edición, editoriales, autores, títulos, etc. esperando comprar y vender.
Además de estos libros ansiados por los coleccionistas, se encuentra una serie de géneros, desde autoayuda hasta títulos de Miguel de Cervantes en sus diferentes ediciones, con precios accesibles tanto para colegiales como para los entendidos en literatura.
Recuerdo que una vez al transitar por aquella acera, distinguí un ejemplar de Felipe Delgado de Jaime Sáenz en su primera edición, pregunté el costo y no dudé en comprarlo aunque el monto era elevado. En otra oportunidad encontré la Antología Poética del mismo autor junto a un estudio que Blanca Wiethüchter realizaba al interpretar su obra.
Una amiga a quién le encanta el género policial y le costaba adquirir los libros de su gusto, la llevé por aquel lugar y nos encontramos con Perry Manson de Erle Stanley Gardner, con algunos títulos de Agatha Christie, uno que otro de Conan Doyle y revistas gringas con cuentos policiales; era inmensa la alegría que ella tenía al adquirir todo ese material a bajo precio.
Cuando se quiere regatear el precio, hallas una lección de historia de las editoriales, el perito te ilustra los momentos en los cuales se publicó aquella edición, comienza a discutir acerca el título, acerca el autor y acerca sus congéneres; entonces te convence y sólo regateas lo mínimo y te das cuenta que el vendedor es un lector asiduo y amante de las letras, pero a la par del libro también te llevas una lección en literatura.
Entre aquellos peritos, los ancianos son los más curiosos, son radicales en sus ideas, en sus posturas, se refugian en sus ventas tras vivir y recorrer un largo camino; cuando la venta está vacía y eres el único comprador, escuchas alguna historia suya; a veces extraña, a veces amena y a veces demasiada desequilibrada.
La combinación entre estos peritos y los libros usados, impregnan una esencia mítica por aquella acera; Jaime Sáenz, Cervantes, Doyle, Gardner, raras veces Cortazar, Borges, Poe y hasta Lenin, Trostky, Lora, etc. un sinnúmero de personajes entre autores y los protagonistas de sus obras; los ojos de los transeúntes centellean con estos títulos (claro está de los gustosos de la lectura), aunque solo están expuestos máximo un día porque siempre hay algún interesado que no duda en comprarlo, sin olvidar que los coleccionistas están al acecho.
Pero junto a estos títulos maravillosos, también hay aquellos que están expuestos durante semanas, pues son los que en cierta manera se los desconoce o no es del gusto de los coleccionistas y mucho menos de los transeúntes; recuerdo que durante largo tiempo estuvo expuesto La Enmascarada de Fernando Diez de Medina, también había Salinger y creo que aún sigue allí. Las razones no la sé, pero junto a estos libros existen otros que aún no los conozco y prefiero no mencionarlos.
En fin, transitar por aquella acera es como recorrer por una biblioteca, el vendedor es como el bibliotecario que con su carisma curioso te motiva a seguir con la lectura y conocer más sobre literatura; esta acera no sería la misma si alguna vez los funcionarios del municipio no les dejarían sentarse y exponer sus ventas. El misticismo de esta vereda llegaría a su fin y no tendría sentido transitarla, no habría tal esencia, sería una acera desolada y colmada de basura.

El espacio para nosotros los gustosos de la lectura estaría limitado a las librerías burguesas que aunque les ofenda a sus administradores no cuentan con esa bibliografía con la que cuenta la acera del correo.

Notas
1ALEMAN, Sainz Francisco “Las Literaturas de Kiosko” Ed. Planeta, Barcelona 1995

jueves, 10 de febrero de 2011

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