Cuando se camina por la aceras de la ciudad, te encuentras con una serie de artículos para comprar o en todo caso para consumir, te tropiezas con ropa, juguetes, zapatos, peluches, películas y músicas pirateadas, golosinas, libros de auto ayuda, etc. Es decir que hay de todo y para todos los gustos y generalmente siempre te llevas algo, aunque en el peor de los casos sólo tengas unas monedas en el bolsillo.
Pero cuando transitas por las aceras de la oficina de correos (Av. Ayacucho esq. Av. Heroínas) no sólo te encuentras con libros de autoayuda – refiriéndose a los gustosos de la lectura – al contrario hay un sinfín de bibliografía usada y barata, lo que me recuerda el libro “Las Literaturas de Kiosko” de Francisco Alemán Sainz, donde menciona que los kioskos tienen su pequeña elocuencia de las cosas, “todo es pasajero, en ocasiones lleva en su resaca el ejemplar buscado sin hallarlo hasta ese singular tropiezo”1
Bien lo dice Alemán Sainz, allí se encuentra el ejemplar buscado, pero también allí suelen rondar los coleccionistas para comprar el título perdido, por allí los hijos de los coleccionistas fallecidos suelen vender los ejemplares perdidos, espacio donde se sientan los comerciantes peritos en años de edición, editoriales, autores, títulos, etc. esperando comprar y vender.
Además de estos libros ansiados por los coleccionistas, se encuentra una serie de géneros, desde autoayuda hasta títulos de Miguel de Cervantes en sus diferentes ediciones, con precios accesibles tanto para colegiales como para los entendidos en literatura.
Recuerdo que una vez al transitar por aquella acera, distinguí un ejemplar de Felipe Delgado de Jaime Sáenz en su primera edición, pregunté el costo y no dudé en comprarlo aunque el monto era elevado. En otra oportunidad encontré la Antología Poética del mismo autor junto a un estudio que Blanca Wiethüchter realizaba al interpretar su obra.
Una amiga a quién le encanta el género policial y le costaba adquirir los libros de su gusto, la llevé por aquel lugar y nos encontramos con Perry Manson de Erle Stanley Gardner, con algunos títulos de Agatha Christie, uno que otro de Conan Doyle y revistas gringas con cuentos policiales; era inmensa la alegría que ella tenía al adquirir todo ese material a bajo precio.
Cuando se quiere regatear el precio, hallas una lección de historia de las editoriales, el perito te ilustra los momentos en los cuales se publicó aquella edición, comienza a discutir acerca el título, acerca el autor y acerca sus congéneres; entonces te convence y sólo regateas lo mínimo y te das cuenta que el vendedor es un lector asiduo y amante de las letras, pero a la par del libro también te llevas una lección en literatura.
Entre aquellos peritos, los ancianos son los más curiosos, son radicales en sus ideas, en sus posturas, se refugian en sus ventas tras vivir y recorrer un largo camino; cuando la venta está vacía y eres el único comprador, escuchas alguna historia suya; a veces extraña, a veces amena y a veces demasiada desequilibrada.
La combinación entre estos peritos y los libros usados, impregnan una esencia mítica por aquella acera; Jaime Sáenz, Cervantes, Doyle, Gardner, raras veces Cortazar, Borges, Poe y hasta Lenin, Trostky, Lora, etc. un sinnúmero de personajes entre autores y los protagonistas de sus obras; los ojos de los transeúntes centellean con estos títulos (claro está de los gustosos de la lectura), aunque solo están expuestos máximo un día porque siempre hay algún interesado que no duda en comprarlo, sin olvidar que los coleccionistas están al acecho.
Pero junto a estos títulos maravillosos, también hay aquellos que están expuestos durante semanas, pues son los que en cierta manera se los desconoce o no es del gusto de los coleccionistas y mucho menos de los transeúntes; recuerdo que durante largo tiempo estuvo expuesto La Enmascarada de Fernando Diez de Medina, también había Salinger y creo que aún sigue allí. Las razones no la sé, pero junto a estos libros existen otros que aún no los conozco y prefiero no mencionarlos.
En fin, transitar por aquella acera es como recorrer por una biblioteca, el vendedor es como el bibliotecario que con su carisma curioso te motiva a seguir con la lectura y conocer más sobre literatura; esta acera no sería la misma si alguna vez los funcionarios del municipio no les dejarían sentarse y exponer sus ventas. El misticismo de esta vereda llegaría a su fin y no tendría sentido transitarla, no habría tal esencia, sería una acera desolada y colmada de basura.
El espacio para nosotros los gustosos de la lectura estaría limitado a las librerías burguesas que aunque les ofenda a sus administradores no cuentan con esa bibliografía con la que cuenta la acera del correo.
Notas
1ALEMAN, Sainz Francisco “Las Literaturas de Kiosko” Ed. Planeta, Barcelona 1995